Reproductor de música

jueves, 12 de septiembre de 2013

Nadie

Grito pero nadie me escucha, mis palabras son mudas.
Grito para mi misma, sin hablar, sin alzar la voz.
Grito sin fuerzas
aunque siento que
las fuertes voces, desgarran mi garganta.
Grito y no vislumbro miradas...
me ahogo...¿nadie me ve?
Gritos, y más gritos de auxilio...
¿Nadie me socorre?

Grito, grito, grito, 
y en esta fría habitación,

sigo sin ser nadie.


Cada mañana al llegar a casa se quitaba las botas de cuero, y las dejaba allí, en la entrada, manchadas de barro. Una vez dentro del hogar, adoraba ver como sus calcetines se perdían entre la mullida moqueta de color ocre. Longitudinales y frías paredes blancas, eran los muros que formaban el corredor, cuyo final desembocaba en un pequeño salón. 
De casi forma automática, ella, dejó caer el bolso sobre el sofá. Y como por arte de magia un papelito salió volando, danzando en el aire, para luego planear trazando figuras geométricas, círculos y demás; y caer debajo del sofá. Al parecer hoy la rutina había sido modificada por un insignificante papel. Tras varios minutos de intentos imposibles, consiguió recuperarlo. Era una fotografía que seguramente llevaba años en ese bolso, al observarla, unas pequeñas lágrimas afloraron de sus ojos y descendieron acariciando suavemente sus mejillas. Algunas se perdieron en los carnosos labios de carmín, y otras cayeron silenciosas al abismo para luego chocarse contra el suelo. Sus fuerzan flaqueaban, sus rodillas desistieron por culpa del peso acrecentado que había producido el hecho de observar la imagen, y cayó de rodillas hincándose en la moqueta.
Su mirada se perdía en el infinito, su respiración se aceleraba conforme más la miraba, y su corazón se iba a salir del pecho.
Después de la calma, siempre llega la tormenta; y después del silencio incómodo, llegó el llanto insaciable. No sabría decir cuanto tiempo sus gritos y sus sollozos, retumbaron entre las blancas y frías paredes del piso. Se levantó aturdida, y se dirigió al cuarto de baño. Allí entre zócalos de colores, su cuerpo en blanco y negro, era iluminado por una tenue luz que se introducía en el habitáculo por una claraboya. Tras lavarse la cara y alzar la cabeza, se observo en el espejo. Ellos nunca mienten, y muestran que hay en cada rincón de nuestro ser. Y quizás lo que ella vio, fue sufrimiento, y dolor, con vetas de alegrías y momentos de amor y felicidad. Perpleja miraba, y miraba, buscando quizás a la fue, o a la que iba a ser, y solo encontró a una mujer que iba de cama en cama, de revolcón en revolcón, buscando la felicidad. En ese mismo momento, volvió a lavarse la cara, y volvió al salón. Se encendió un pitillo. El humo ascendía a contraluz. Y ya calmada, con la cara llena aun de restos de rímel, comprendió que era la felicidad la tenía que encontrarla a ella, que llorar no servía de mucho, y que el tiempo no cura nada solo te hace entender que las cosas, por suerte o por desgracia, no van a volver a ser como antes.








Un saludo, Lala, espero que disfrutéis leyendo, tanto como yo escribo todo esto.
Tanto el poema como el minirelato están escritos por mi.

Besos, y espero que os guste.

domingo, 1 de septiembre de 2013

El vuelo del Ave.

Salimos a la calle. Era una mañana invernal, y los cálidos rayos del alba despuntaban a lo lejos. Íbamos agarrados de la mano, riéndonos, y chanceando sobre toda la vida. El frío cortaba nuestros labios. El frío cortó nuestra alma.

Juntos paseando entre callejuelas, nos dimos cuenta de como había pasado el tiempo. De que el mismo aspecto juvenil que hacía años teníamos, había dejado de existir. Unos pómulos más marcados en mi. Quizás ya se comenzaban a deslumbrar las primeras arrugas. Y en él, en él las primeras canas, y la nuez tan marcada que podría ser una plataforma donde realizar un ballet al ritmo de Chopin. Pero las risas y la picardía seguían intactas. Dicen que la sonrisa y los ojos es lo único que no envejece, y sus ojos marrones seguían tan preciosos como la última vez que los vi. Quizás a trasluz y mirando muy al fondo, podías ver los destellos de tristeza de toda la vida pasada, aun así su mirada limpia y clara se clavaba en ti ofreciéndote un baño de alegría inmenso.

Las calles y los pies, nos llevaron a un parque donde el suelo eran hojas secas que el viento traía consigo de un lado a otro. A lo lejos un pequeño estanque seco. Él tiró de mi brazo y me llevo hasta el filo.

-¿Qué ves?- me preguntó.
-¿Cómo que qué veo?
-Sí, ¿qué ves en el estanque?
-Nada, solo tierra...-respondí pensativa, y curiosa de mi le pregunté que qué veía él.

Comenzó a llover.

-¿Que qué veo yo? Veo un ave pequeña en el nido. Su madre la alimenta, sale de casa para buscar comida que llevarle, y a la noche vuelve con insectos y se los da a su polluelo. Así pasan los días, hasta que un día el pollo cae del nido, y la madre ya no puede hacer nada por él.
Mientras cae, bate sus alas, y antes de que el acantilado termine y él se sumerja en la profundidad del mar, consigue comenzar el vuelo, su madre expectante se alegra. Y la relación de madre e hijo termina ahí para ellos.
Meses más tardes el pequeño pájaro, ya no será tan pequeño, y las plumas despelucadas que antes tenía, ahora serán dignas de contemplación, serán pura belleza que acariciar.
Y ya será hora de marchar del acantilado, emigrar hacia otros lugares, cruzar el gran mar. Y lo hará solo, luchará contra tormentas, pasará hambre, pero al final vislumbrará la costa y todo irá a mejor.
Y un año más tarde cuando vuelva al acantilado, y lo observe, se alegrará de aquella mañana de invierno en la que se cayó del nido...
- Entiendo...
-Las experiencias vividas te hacen ser como eres, hacen que crezcas. Quizás pesen más que las que quedan por venir, pero seguramente las que quedan por venir sean mucho mejores, o peores, y es esa incertidumbre la que nos hace volver a emigrar de nuevo. Emigrar... no tiene porque ser de casa, o de tu país, puede ser de una relación, amistad, o de ti mismo...Emigrar, escapar, evadirse, a veces esa es la solución a todos nuestros problemas, pero hay que recordad, que cuando volvamos seguirán ahí...





Unas caóticas líneas.
Por Lala.