Reproductor de música

miércoles, 6 de noviembre de 2013

Tango.

Sentada en la misma silla de siempre, observo el habitáculo. Las luces rojas de neón le dan personalidad al antro. En la barra un par de hombres beben whisky y hablan de sus amantes. El camarero limpia una copa y me mira. Mis labios de carmín se mueven lentamente y le llaman. Con prisa se acerca a mi. Lleva una camisa celeste a juego de sus ojos. En el lado derecho del cuello de la misma, una mancha de carmín, de otros labios que no son los míos... Le indico que llene el vaso de nuevo. Cruzo las piernas y la carrera que tengo en las medias se pierde por debajo del vestido de terciopelo negro que llevo puesto. Mi mirada se vuelve a posar en él, que ahora llena el vaso, y me observa de reojo. Se va, y lo espío, me se cada uno de sus pasos, cada uno de sus gestos.

La noche es larga, y pasa lentamente... el hielo de mi copa de whisky se ha derretido, algo parecido me ha pasado a mi. Mi mente se ha descompuesto, y rota me levanto después de varias horas observándole en la misma posición. Son las tres de la madrugada, y ahora los señores están bien acompañados por unas muchachas diez años menores que ellos. Siguen bebiendo, bailando y riendo. Me acerco a la barra, y dejo sobre ella un billete, lo equivalente a las copas tomadas. Él lo coge y su mirada se clava en mis ojos verdes, poso mi mano sobre la suya y son mis uñas rojas las que le acarician. Su vello se eriza. Me muerdo los labios, y me voy. El eco de mis zapatos de tacón rojos resuena por el lugar durante unos instantes de silencio entre canción y canción. No hay nada que hacer.

Paseo por las calles de la ciudad. Aturdida. Deshecha. El humo de mi cigarrillo se pierde, como yo lo hago entre pensamientos. Hace frío. Mis pasos me llevan a la puerta de su casa, y allí apoyada en la pared bañada por una luz naranja, producida por la farola, espero. Pero nadie llega. ¿Por qué debería venir?

Una vez más se demuestra que soy nada. Una vez más vuelvo a casa. Allí me repito que todo está bien, pero nada lo está. Me desvisto y mi cuerpo desnudo se pierde en las tinieblas de la habitación. Las sábanas de franela son las que acarician mi piel a falta de sus manos. Las lágrimas afloran. El frío me calienta. La tristeza me arropa...y mis pestañas se cierran por el peso del cansancio, y del rímel que ya casi se ha corrido.


Una vez más bailo tangos con la soledad.







Un saludo, Laura. Espero que una vez más, os guste.