Siempre he querido reflejar en mis letras esos sentimientos que nos tumban en momentos concretos de nuestra vida, como por ejemplo en otoño:
La sensación de subirse a un tren, el vacío que sientes en tu pecho cuando se queda alguien esperando en el andén, o cómo va paulatinamente creciendo la aceleración mientras asciendes por las escaleras mecánicas del metro, esa luz cegadora al llegar a la cima y esa sonrisa cálida que recibes de alguien que te espera. Saber por lo tanto, que toda despedida significa un reencuentro. El pasear por una ciudad: descubrir y explorar, tal y como lo haces con la persona que está a tu lado. La expectación de escuchar todas sus palabras, fijarse en cómo se mueven sus labios mientras describe la vida o admirar el pestañeo que dejan entrever la mirada más primaveral de tu vida. El deseo interior de que te acaricien la mano en una sala de cine, y que al salir te dejen su chaqueta porque el frío de septiembre comienza a calar en tus huesos, y saber también, que quizás ese mismo frío será tapado por un cuerpo desnudo horas más tardes. Las lágrimas que acompañan a la inseguridad, el miedo a dañar, el decir adiós a alguien, y la vuelta a otro frío muy distinto, el de la soledad, ese que nadie nos va a quitar, pero que nos llega a encantar… Vuelta a la libertad, a un mismo, a nuestro invierno.
Es interesante el otoño, tan interesante como la vida, o como las relaciones amorosas: todo comienza con el calor de verano, la juventud, el placer, lo esporádico; y acabas, porque todo termina, en el más crudo invierno.
Soy un Sauce Llorón que cuando llega el otoño,
seca sus lágrimas.
Buenas noches a todos, como siempre espero que disfrutéis y recordad que ya queda poco para el invierno, la estación más bonita del año.
Laura, Lala.