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lunes, 10 de marzo de 2014

Otro atardecer más

El sol se esconde tras las casas de Triana más cercanas al río. El calor abrasador da paso a una suave brisa primaveral que hace revolotear algunas hojas tardías que siguen despojando los árboles.
Sentada en este banco de piedra, disfruto viendo a la gente chismorrear y pasar enfrente de mi; y disfruto más aún dándoles nombres e historias a cada uno de ellos. Entre personaje y personaje, de vez en cuando las palomas se acercan a donde estoy en busca quizás de algunas migajas de pan que llevarse a la boca. Son las últimas horas de luz en Sevilla y es ahora cuando las parejas de enamorados salen bostezando de los lugares más sombríos, de las camas más tibias, de los besos más íntimos, para disfrutar así de este atardecer que pone fin a la semana.

Firmes pasos determinan una pareja que se sienta justo en el banco contiguo a donde yo estoy situada. Él tiene cara de llamarse Antonio, o quizás Juan, tal vez Ángel o Raúl, pero ella, ella se llama Paloma un colgante que se posa sobre sus pronunciadas clavículas le pone nombre a ese rostro dulce, con rasgos asiáticos. Entre besos y caricias, sus sombras se van alargando, ascendiendo por el muro que hay tras nosotros. Algo en mi interior me pregunta que para cuándo yo, y se auto-responde diciendo que quizás mañana, quizás jamás.

Las carcajadas sonoras, que se entremezclan con el sonido de la ciudad, de unos niños que corren detrás de un gato hace que mi mirada se pose en sus rostros, viva imagen de inocencia, ignorancia y felicidad. Quizás todos en un momento fuimos así, quizás con el tiempo llegamos a echar de menos ese tiempo en el que rozamos con la punta de los dedos lo que dice ser, Libertad.

Y entre idas y venidas, descubro a un hombre leyendo. Su espalda se reposa en el tronco de un árbol, y justo a su lado  un café que humea indica que hace poco lo había comprado. Yo expectante de sus facciones desisto al ver ningún símbolo de disfrute o sufrimiento de lo que lee. Y finalmente cuando decido dejar de observarle, le veo esbozar una leve sonrisa. Mi satisfacción por ser paciente me alivia, y quizás no es demasiado tarde para ver luz en una mirada que se esconde tras unas gafas de sol, porque quizás en el fondo somos almas semejantes. Él esboza una sonrisa esporádica al leer algo en plena soledad, y yo... yo la esbozo al escribir esto con la simple compañía de un cuaderno, y un bolígrafo azul casi agotado.


No esperéis sentido a estas palabras, ni a nada de lo que escribo. Tampoco intentéis darle explicación, o entender qué es lo que pasa por mi mente porque solo vais a encontrar las hojas secas y pisoteadas de uno de los inviernos más fríos que he vivido. Solo vais a encontrar tristeza, la misma que he plasmado hoy, en este atardecer más de Sevilla.





Atentamente, Lala, Laura.

¡Mil besos!

PD: Como siempre una melodía que acompañe a las palabras que escribo.

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