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lunes, 30 de noviembre de 2015

¡Laura!


El calor veraniego estaba dando aún coletazos en octubre y sin embargo, la gente comenzaba ya a disfrazarse de invierno. Hora punta. Y Sevilla estaba más agitada de lo normal. Fin de semana, pasos de semáforos atiborrados de personas encerradas en sus pantallas móviles, estrés, bullicio y todo ese tipo de sucesos y acciones contaminadas que se respiran en una ciudad. 

Iba con prisa hacia la estación. Mis zapatos resonaban a un ritmo frenético mientras intentaba esquivar a transeúntes ensimismados es sus propias burbujas. Entonces, alguien gritó mi nombre. No sé por qué me giré, podría haber sido para otra persona, pero lo hice. Desorientada, pregunté que si era a mi; y tú, con esa sonrisa que irradia bondad, lo repetiste. Silencio, no sabía qué hacer y tú parecías tan perdido. Reaccioné: te di dos besos; y hablamos de las típicas cosas que pueden hablar dos completos desconocidos. A los dos minutos, seguí corriendo en dirección a la estación, dispuesta a encontrarme con mi pasado, gustándome más tu futuro. Podría haberme girado, dedicarte el tiempo que merecías, pero no lo hice. No te debía nada, y lo que me esperaba -en la estación- era doloroso y tentador, sin embargo, conocido; y lo que conocemos siempre producirá esa tranquilidad destructiva que no lo hace lo demás...


¿Recuerdas el día que nos conocimos? Tú gritaste mi nombre, como podría haber sido otro, y entre tanta gente igual, yo me giré.


Os traigo algo exprés, no lo mejor, pero ya sabéis. 

Buenas noches, como siempre un placer, Laura, Lala. 

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