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domingo, 5 de enero de 2014

Brown


El sonido de unas llaves se escuchó y acto seguido la enorme puerta de madera se abrió de par en par. Diez segundos más tarde, un gran estruendo resonó por toda la casa. La puerta se había cerrado y unas botas de cuero marrones avanzaban lentamente por el corredor dejando tras de sí, una estela de hojas secas y barro. 

La muchacha se despojó del pesado chaquetón, quedándose con un fino suéter a juego del calzado y unas faldas negras de vuelo, y lo colgó en un perchero de píe. Traspasó un arco y antes de pisar la moqueta beige del salón se quitó las botas,  dejando a la vista unos pies pequeños cubiertos por unas finas medias de cristal. Por un momento la expresión de su cara fue de máximo placer al pisarla, pero esa felicidad no duró ni tan siquiera dos segundos. Se dirigió al sofá y se desplomó, hundiéndose cada vez más entre los mullidos cojines de este. 
El cansancio pudo con ella y tardó poco en conciliar el sueño…

… y comenzó a soñar. 

 Giraba y giraba. Risas y llantos adornaban el lúgubre lugar. Un aullido la frenó en seco. Estaba en un corredor infinito que se retorcía. Se giró y observo ambos extremos, hacía un lado la oscuridad iba acercándose sin frenos, y hacía el otro, una pequeña lucecita azul resplandecía en el horizonte. 

Y comenzó a andar de frente hacía la luz. Por el camino, miles de sombras se le cruzaban por delante; y una, y otra, y otra, y mil veces más, se frenaba, se detenía…sentía miedo quizás a lo desconocido, pero siempre comenzaba la marcha de nuevo. 

Las heridas del pasado comenzaban a abrirse, comenzaban a doler de nuevo, comenzaban a sangrar; y pese al dolor, jamás se quedada tendida en el suelo.
Algo dentro le decía: ¡Corre! y así hizo. Sudorosa, agotada, y sin aliento, avanzaba por el lugar. Su vestido blanco de vuelo, estaba manchado y rasgado. Sus medias de cristal llenas de carreras… y aunque lucía muy mal, ella con forme avanzaba, se sentía más viva. 

Cada vez estaba más y más cerca de la luz… llegó al final, y salió del abismo del que venía. La luz del sol la cegó; el olor del mar impregnó todo; y cuando pudo abrir los ojos se encontró con la inmensidad azul que tanto añoraba, y se encontraba en un saliente de lo que parecía ser un desfiladero.

 Frente a ella, en otro saliente, a veinte metros, la salida de otro túnel. 

Y cuando ya hubo recuperado el aliento, le vio. Al otro lado. Vio su sonrisa. Vio como salía del otro túnel, y vio también como él le tendía la mano, y ella sin nada que hacer, se tumbó en la dunas marrones que creaban los ojos de él. Dejó que la arena acariciase sus mejillas como lo haría sus labios, y dejo que la soledad y el calor del desierto, le arropasen como si fueran sus brazos. 

Ambos alejados, se miraban y…

-¡Otra vez el dichoso teléfono! -gritó ella levantándose de golpe- ¡Ya que había conseguido quedarme dormida!

Avanzó por el mismo pasillo por el que entró, y antes de responder, se detuvo frente a la pared. Durante unos segundos, se quedó inmersa en el cuadro que había colgado. Inmersa en el mar que mostraba la pintura, y en las dunas marrones que había en el horizonte… Las acarició con la lemas de los dedos, y en silencio musito algunas palabras. Sus ojos se humedecieron. Quizás, le echaba de menos…

El teléfono volvió a sonar…

-¡Ya voy! ¡Ya voy! -gritó desesperada. 

Descolgó el auricular, y un silencio asfixiante inundó la sala. Sus ojos se abrieron como platos, su corazón se aceleró; y se echó la mano a la boca ahogando miles de sentimientos con ese gesto. 

Salió corriendo hacia la ventana del comedor. Y lo único que vio a través del cristal, fue el inmenso desierto que siempre recrearon los ojos marrones que más amaba.



Fuera, en el pasillo, el auricular seguía balanceándose y dando golpes contra la pared. 





Arriba: Divenire de Ludovico Einaudi.
Abajo: "Infinito azul" por Laura López.



Os traigo un relato como siempre escrito por mi, una fotografía de mi galería y una canción que me fascina.

Espero que os guste, y este es mi regalo de Reyes, me adelanto un poco. 


Un beso, Laura, Lala.

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