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viernes, 12 de febrero de 2016

Silencio II


      Habíamos recorrido media ciudad en busca de aquel restaurante céntrico que tan bueno decías que era. La juventud nos pisaba los talones con risas sin venir a cuento; un tranvía que no nos dejó subir por segunda vez consecutiva; y un sin fin de miradas y gestos que lo decían todo. No eran ni las diez de la noche y ya sabíamos el resultado de aquella furtiva escapada. 

Dentro, el local estaba a rebosar de gente con sus historias: desgracias y alegrías; fuera, el silencio de una ciudad que tan llamativa era de día y tan solitaria en noches como aquella. Pedimos mesa, dos copas y todo aquello que nos faltaba, pero que ninguno de los dos dijo en voz alta. Acariciabas el cristal como si de una piel se tratase. Brindamos por nosotros, ¿por quién sino? Y las conversaciones banales comenzaron a entrelazarse con verdades y reflexiones que el alcohol nos iba obligando, en cierta medida, a hacer o decir. De vez en cuando, choque de miradas, pulso momentáneo que nos alejaba del resto de la muchedumbre, aunque formáramos parte de la misma y fuésemos el atrezzo de la vida de quién allí estaba.  

Y daba miedo, como dos personas casi desconocidas podían llegar a tan plena sincronía sin mediar una sola palabra. Como aquella primera noche en la que Sevilla también dormía y sólo resonaba el eco de nuestros silencios. 

Recuerdo que dijiste que sabía guardar el silencio cuando hacía falta y hablar cuando se debía hacer. Justo como ahora, en el que termino de escribir esto. 

Y me callo, porque es mucho más agradable sentirlo todo sin decir nada; y a veces, y sólo a veces, eso también ocurre con la escritura. 



El momento se aprovechó de nosotros,
y nosotros del momento. 

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