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domingo, 16 de noviembre de 2014

Noviembre sevillano

18:21

Como se nota que la Navidad está a punto de llagar. Aún no han puesto las luces en la Avenida de la Constitución; supongo que faltará poco para ello, porque hoy, la calle está a rebosar de transeúntes, y seguramente de aquí a unas semanas se cortará el tranvía por las congregaciones masivas que habrá. Entonces la idea de venir a pasear por aquí será una opción maravillosa. He venido a perderme al centro por si me encontraba (a mi) de casualidad, por si te encontraba, y la verdad es que ni una, ni otra. Me he tirado dos horas persiguiendo a personas, y he acabado sentada a los pies de la Giralda, esa que observo a lo lejos, cada noche, desde mi octavo. Todo el mundo me mira, supongo que nadie ha visto nunca a una pelirroja escupir fuego y derramar el té sobre un cuaderno de notas, y no los culpo, soy extremadamente torpe, y las ansias por probarlo, me han quemado; como en más de una ocasión me he quemado por intentar probarte. Ya ves, no aprendo, o no quiero aprender. 

Si me he sentado aquí, es por el tráfico de personajes que dan rienda suelta a mi imaginación: desde parejas felices, hasta solitarios como yo que solo quieren un descanso... 

Me preguntó cuando se enfriará el maldito té, y de golpe un niño se me queda mirando. Le sonrío. Me sonríe. Parece infeliz, y ese polo azul marino le aprieta, no puede respirar. En cierto modo, lo compadezco, tiene una madre estirada. Esta le tira del brazo. Él sigue mirándome y sonriéndome. Le daría un poco de té, sino quemase; y quizás haríamos aviones de papel con las hojas de este cuaderno; aviones tan, tan bien hechos, que volaríamos -los dos juntos- alrededor de todo el mundo y subiríamos a lo más alto, para ver así, el bullicio que se respira en Sevilla, un domingo. Tristemente, no se puede quedar conmigo esta vez. Me despido con la mano y le deseo suerte en su futuro de abogado, médico, o quizás banquero. Sé feliz, al menos. 

Comienza a refrescar, y esta cazadora vaquera se queda corta, aún así quiero seguir aquí, imaginándome la vida de los demás, y olvidándome de la mía. Busco víctima. Ya sé. Justo en frente, a diez metros a la derecha, hay un señor tocando el violín. He parado la música, y me he puesto a escucharle a él. Si lo he escogido, ha sido porque tocaba Moon River, y si algo es esta melodía, es soñadora. Cierto es, que hace tiempo que no sueño como antes, qué sé yo, los achaques de la vida. Aún así, si miro a mi alrededor, mis problemas, en comparación, se quedan pequeños. Allí, a tres metros del violinista desconocido, reposa una mujer sobre cartones, está dándole de comer algunos granos de pienso a un gato atigrado. Yo por lo menos tengo la suerte de poder estar aquí, quemándome otra vez con el condenado té, pero sabiendo con certeza que esta noche dormiré bajo techo y podré cenar algo. 

Todo el mundo va y viene, vienen y van, y aunque tenga la música de nuevo puesta en mis oídos, puedo escuchar las carcajadas, los gritos, los besos, las palmaditas en el trasero, los “¡Para, que hay gente!”... ¡Qué bonito es meterse mano en público!

A mi lado, un señor mayor se sienta sobre la fría piedra. Intuyo por la bolsa que viene de la Feria del Libro que han puesto en Plaza Nueva. Taconeo. Taconeo. Carrito de bebé. Bicicleta. Pajarito de notificación. Tranvía. Y vuelta a empezar; con tanto ruido, me pierdo. El señor saca lentamente sus compras, y para mi sorpresa, mientras las ojea veo un ejemplar de Alberti. Se encienden las luces de la avenida, me viene bien, me estaba quedando ciega. Una pelota rueda hacia mis píes, y detrás de ella una niña rubia, con una mirada verde e intensa. Al otro lado, un fotógrafo me dispara ¿estoy muerta? No, es broma, me ha hecho una fotografía... pienso que al menos, quedaré inmortalizada en la vida de alguien, aunque sea completamente ajeno a mi, espero que capture mi alma... Voy a darle un sorbecito al té... ¡Me cago en todo! Tras media hora, sigue hirviendo...
Taconeo...taconeo...tranvía... y el señor de al lado, comienza a leer... ¿estará leyendo mi poema favorito? Y sus versos se pasa por mi mente... 


“Dejé por ti todo lo que era mío. 
Dame tú, Roma, a cambio de mis penas 
tanto como dejé para tenerte.”


Acaba de aparecer alguien, tendrá 40 años. Me ofrece tabaco, niego. Continúo escribiendo, pero por respeto me despojo de los auriculares; él comienza a hablar solo. Esto es lo que tiene Sevilla ¿no? Nunca sabes que te va a suceder. Aunque no le hago mucho caso, sé que está hablando de la catedral... no soy mucho de fé, ni de esperanza amigo, lo siento, las perdí hace tiempo ambas. Continúo inmersa en la ciudad, y en mi misma. 

Damien Rice vuelve a sonar en mis oídos, su voz triste y melancólica acaricia mi ser, y lo acompaño al ritmo que escribo. 

Es curioso, porque los únicos que caen en mi presencia, son los niños. Me sonríen. Me ponen caras... supongo que en cierto modo, soy agradable a la vista, aunque solo sea a la de ellos. Sorbecito de té... y ¡Uf! ya se puede beber. El señor Alberti (así lo he llamado) se levanta, me hace un gesto con la cabeza, y se pierde entre la multitud... ¿Debería volver yo a casa? La verdad es que no tengo ganas de encerrarme en mi habitación, la misma que tantas veces me protege, ahora me mata. Ella me recuerda la soledad que tengo alrededor y aquí me siento bien, una más... aunque no tenga nada que ver. 

Llego a la conclusión tras quedarme fija en el café de al lado, que pasan los años, como está pasando toda esta gente; y ni siquiera, le prestamos atención a lo que sucede, solo una loca es capaz de inmortalizar esos momentos en un cuaderno con ojos saltarines... pasa el tiempo, y cuando nos damos cuenta, estamos sentados en una escalera de piedra, con el culo congelado, y añorando cosas que jamás tendremos... 
Porque a veces, y solo a veces, sucede que sí que hay alguien que está destinado a esperar, y parece que soy la excepción entre el millón, o por lo menos, entre los que han pasado por aquí... y quizás, y no quiero pesarlo mucho, tú, has pasado mientras yo estaba con la cabeza agachada escribiendo...

El té se ha enfriado, y mi bolígrafo empieza a fallar. Tendré que comprar otro. Ahora sí que pienso que quizás sea mejor que vuelva, quién sabe... quizás por el camino me cruzo con tus ojos verdes, esos que un día vi remover el café, aquí, en Sevilla... esos que me han quitado más de un verso, más de un suspiro. 

19:40, Sevilla. 16/Noviembre/2014




Sé que es mucho, pero bueno, ahí está para quien quiera leerlo. También sé que es lioso, pero he decidido plasmar tal cual estaba sucediendo. 

Buenas noches, Laura, Lala. 


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