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sábado, 29 de junio de 2013

Anya

Hoy os quiero contar la historia de Anya, por una cosa o por otra es el momento idóneo o no tan idóneo para sacar su historia.


Anya era una chica del sur, quizás del norte. Creo recordar que pertenecía a Europa, o... ¿era a África? No, esperad, era de Asia, o quizás de América. No lo recuerdo... El caso es que vivía en un pequeño pueblo a las afueras de una enorme ciudad (un tópico), el pueblo era de montaña, pero costero.

Durante su infancia ( un poco corta) le gustaba perderse entre los bosques de los alrededores, soñaba con ser un hada a veces, y otras veces con ser un arquero, pero lo que de verdad le gustaba era tumbarse en un claro que había cerca del arroyo, y observaba el cielo mientras que los rayos del sol se colaban entre hojas de álamos blancos. Sacaba un libro, y en ese mismo lugar leía, y leía y dejaba volar su imaginación... Otras veces, se iba a la playa y se sentaba en el muelle, contemplando la franja que limitaba el mar del cielo, soñaba con ser pirata, o marinera... Y así pasó sus primeros años...

Por unas cosas u otras, el destino le pasó una mala jugada o quizás buena; y con 10 años tuvo que comenzar a madurar. Cuidar de la casa, ayudar en todo lo necesario. Cuando debería haber estado jugando con muñecas, daba de comer a sus hermanos. Cuando debería haber estado retozando en la calle, Anya limpiaba. Así que desde pequeña no tuvo amigos, tan solo los libros, y las muñecas que abrazaba con fuerza por la noche. Y ella lo comprendía todo, sabía que tenía que ayudar, al fin y al cabo "era la mayor"-pensaba.

Llegaron los tiempos de adolescencia, y ella seguía ayudando, con unas amigas u otras salía de vez en cuando, pero no encajaba (y no es la típica escusa que ponen los adolescentes ahora: No encajo, soy diferente) ella no encajaba porque era esa pieza perdida de un puzzle guardado en el baúl más insignificante del desván, no encajaba porque jamás había tenido que hacerlo.

Anya seguía igual, sin quejarse porque lo comprendía, sus hermanos eran pequeños y necesitaban más atenciones, y jamás alzó la voz para decir: "A ellos sí, a mi no..."; porque entendía, y maduraba con el paso de los segundos...

Pasaron las horas, los días, las semanas, y los años... y esa pieza olvidada quizás encontró su lugar. Se enamoró.

Soñadora, a más no poder, creyó en la eternidad de los besos, de las caricias, de las sábanas revueltas. Creyó porque lo necesitaba, y soñaba con el "para siempre" que sueñan todas las personas enamoradas... Y se refugiaba entre los brazos de su amor, él jamás le pidió nada a cambio. Y ella como llevaba tanto tiempo llorando en su habitación sola, se acostumbró a hacerlo en la cama de él.
Cada día que pasaba era una sonrisa, un beso, una palabra, que guardaba en la caja de los recuerdos, y así poco a poco, fue construyendo un castillo.

Quizás era joven para enamorarse, para darlo todo... pero lo dio, lo dio todo a cambio de nada, porque ella solo pedía y quería llorar entre sus brazos, quizás que alguien la entendiera. Y eso consiguió, por fin, se sentía bien.
Los años, la experiencia, los viajes, y su forma de ser, le llevaron a conocer a grandes personas, que también la arroparon; pero discreta como ella sola, no quería importunar a nadie con sus cuitas, e iba guardando, y guardando en el saco de la desolación, de la desesperación y de la tristeza.

Un tiempo más tarde la realidad le pilló de espaldas. Se tiró una eternidad pensando que el amor era eterno; y se dio cuenta de que si lo usas demasiado se gasta. Volvió a la soledad de su habitáculo, a las noches en vela. El castillo que construyó fue de arena, y el viento se lo llevó. Y no lo comprendía, se había tirado una vida dedicada a los demás, comprendiéndolo y ahora no entendía la razón de por qué esa soledad asfixiante...
Y pasaban las horas y el consuelo de aquellos brazos que un día la sujetaron, los encontró de nuevo en los libros, en la lectura.
Y poco a poco, sin dejar de sonreír, sin dejar de mostrar el verde más intenso de sus ojos, fueron sanando las heridas.
Pero tuvo bajones, y aunque tener bajones es de humanos, sus llantos no lo eran.
Porque quizás todo el amor que tenía ahora guardado en su corazón, a parte de a sus seres queridos y amigos, no tenía a quien dárselo... por mucho consuelo que te den unos libros, la realidad le había enseñado que como el calor de unos abrazos que te quieren y te aferran fuerte impidiendo que la caída sea desde demasiada altura, no había nada. Y aunque no le echara de menos, si que echaba de menos Amar... y ser Amada.





El amor queramos o no, da mucho sentido a la vida. Y el Amar, nos hace más felices aunque eso a la larga quizás nos lleve al sufrimiento. Pero si hay algo que he aprendido ya con los años es que, hay que disfrutar el presente, porque el camino del futuro es demasiado incierto y tiende a caerse.


Un beso, con mucho cariño, Laura.

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