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lunes, 17 de junio de 2013

Arte II

A medida que se dirigía al hotel, las luces de Madrid se iban encendiendo. Era tan bella la ciudad. Nayra odiaba el ruido de los automóviles, pero adoraba las ciudades, su bullicio. A menudo fantaseaba desde un banco en cualquier calle de cualquier ciudad con la vida de cada persona que pasaba, y las asociaba con otras aunque pareciese algo estúpido, ilógico e imposible. Y de esta forma, alimentando su imaginación, pasaba las tardes en las que no hacer nada era la mejor opción, y la única.

Cuando introdujo la llave en la puerta 313 de la quinta planta, resopló, y no solo salió aire, si no todo tipo de sentimientos tristes acompañados de muecas de decepción. Se descalzó y por un momento, disfrutó con el contacto de sus pequeños pies con la suave y esponjosa moqueta que estaba por todo el habitáculo- Dejó las llaves de cualquier forma sobre la estantería del pequeño recibidor y se dirigió al cuarto de baño.  Abrió los grifos y entre ruidos y ruidos del agua corriendo por tuberías de cobre o plástico, qué sabía ella, lloró. Se lavó la cara y pudo observarse en el espejo que había justo a la altura de sus ojos; y quizás no le gustó lo que vio, pero pensó que aun era joven pese a las leves surcos que comenzaban a aflorar en los extremos de los ojos.  Contempló su larga melena negra, su pequeña nariz puntiaguda, y se detuvo en sus labios gruesos y carnosos.  Se volvió a mirar y por esta vez, solo vio sus enormes ojos azules que le recordaban al mar. Tenía una mirada de tristeza infinita pero al fondo podían verse los reflejos de una alegría juvenil que pese a los estragos de los años aun perduraba en ella; se veían los reflejos de una mujer entusiasta y extrovertida que ahora solo era eso, un alma en pena. Se quitó el pesado rímel de sus pestañas, y volvió a mirar, y para su asombro, sonrió, amargamente, pero lo hizo.

Una vez hubo salido del cuarto de baño se desplomó en la cama. Todo estaba en silencio, y por la ventana entraba pequeñas lucecitas de una ciudad que esperaba ansiosa al otro lado de ese cristal. La calma besaba la habitación. Apagó la luz y se colocó el móvil sobre el vientre y en voz alta rezó que le hablase, pero nada de eso sucedió.

 Mientras esperaba una respuesta un rayo de esperanza, contemplaba el techo, eso le calmaba y comenzó a recordar tiempos mejores en aquel hotel. No en esa habitación, pero sí en plantas más abajo. Se recordó a ella posada sobre el hombro de su amigo Julián, ambos perdiéndose por los túneles del metro de Madrid sin querer bajarse ninguno de los dos en alguna parada. Se recordó en el mismo banco en el que aquella mañana había estado sentada esperándolo. Aquel banco en el que se pasó largas jornadas sin hablar observándole. Le recordó a él, a su pequeño hombre de hojalata.

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