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lunes, 10 de junio de 2013

Time (Arte)

El encapuchado recorre la ciudad desolada. Cada paso es un crujido de hojas secas que el otoño ha marchitado con su llegada. Tras sí solo deja el sonido de verjas medio abiertas que se mueven por la fuerza del viento, tras sí solo deja el sonido maquiavélico de unos golpes de metal contra metal, y de fondo para neutralizar la armonía de unos “llamadores de ángeles” que silban cuando el viento se cuela por los finos tubos.

No podríamos considerar a eso ciudad, estaba devastado. De fondo a lo lejos, un rótulo rojo parpadea, algunas luces de neón iluminaban la pared como ilumina una cerilla la estancia vacía y oscura de un hogar. Nuestro personaje se paró en seco, quizás pensó que aquello era terrible, o quizás le gustó; lo que sí está claro es que derramo una lágrima insonora e invisible para todos, menos para los que estaban presente.

Aparentemente el lugar era un desierto de edificios, aparentemente no había nadie, pero él sabía que sí. Todo eran sombras. Todo era miedo personificado.
Siguió continuando, salteando las grietas abismales que había en la carretera, los cuerpos sin vida que apestaban a desolación, a muerte en vida, a soledad, y a todo lo que pudiera ser considerado un sentimiento fugaz semejante al arrepentimiento, a la maldad, ambición, egoísmo... Todo aquello apestaba a engaño. Iba lentamente intentando reconocer a la gente que había apilada en el suelo, pero no encontraba rostros familiares, no encontraba rostros en sí, tan solo máscaras que seguramente fueron las caretas de una gran fiesta llamada sociedad, y cada una de ellas pasó a caracterizar a esos cuerpos inertes. Llegó al rótulo por fin después de un gran camino y se detuvo. Alzó la cabeza lo máximo que pudo y tan solo pudo leer dos letras encendidas “T” e “M”. Se rasco la cabeza con la mano derecha y pensó que pertenecería a la palabra “TIME”, tiempo en español.
Cruzó el rótulo y se adentró en un pasillo estrecho, oscuro, pero en el cual se podía apreciar una nítida luz celeste espectral. En las paredes garabatos demoníacos. Y finalmente llegó a la desembocadura del habitáculo. Se frenó, y pudo observar el comienzo de unas escaleras de caracol. Tras unos minutos dudando decidió descender por la fría roca que sostenía sus pies. Un par de veces resbaló con el musgo, que la humedad había creado, y se sorprendió al pensar que sí que había vida, el musgo era vida. Dicho resbalo quedó en susto, pues se agarró a un fina y endeble barandilla atornillada a la pared.

El tiempo se le hizo eterno, cada escalón saldado producía una sensación claustrofóbica que le impedía continuar; cada escalón saldado producía un aumento de temperatura, y las gotas de sudor comenzaron a vislumbrarse en la frente de nuestro personaje. Tras diez minutos pasados, una eternidad para él, pudo apoyar los pies en algo similar a la arena. Había tocado fondo. Se arrodilló en el suelo y dejó que la tierra soportase sus noventa kilos, estaba exhausto, y ni siquiera sabía porqué había bajado hasta ahí. Vio unos píes justo en frente, calzados por unas bailarinas negras, y alzó la vista. Su cara empalideció. En su interior se comenzaron a concentrar rabia y odio hacia aquella mujer angelical. Ella le tendió su mano, y él golpeó fuertemente el suelo, y comenzó a gritarle:

-¡Largo de aquí! ¡Maldita sea! ¡Maldita eres! ¡Largo!

La mujer despegó los labios para pronunciar unas palabras que nunca llegarían a los oídos de nuestro protagonista pues así como apareció de repente, se marchó, dejando tras sí una estela del azul espectral inicial. Cuando el último rayo de luz celeste desapareció, la estancia se tornó en tinieblas y tan solo pudo oírse el grito desgarrador del protagonista; tan solo pudo oírse sus llantos sin consuelo; las maldiciones que le echaba a la mujer angelical… tan solo se pudo oír los gritos de desesperación de un hombre que había sufrido demasiado.

Segundos más tarde el suelo comenzó a abrirse bajo su cuerpo, asustado intentó aferrarse a la pared rocosa del zulo, pero fue imposible. Todo se tornó arena fina y resbaladiza. Y caía, caía muy rápido, sin poder aferrarse a su propia vida. Y perdió la noción del tiempo, y cuando la caída frenó, se levantó como se levanta un minusválido que consigue andar de nuevo. Y cuando abrió los ojos, se dio cuenta de que estaba en un reloj de arena, y que cada grano era un recuerdo de su triste vida. Cada grano era un segundo que había perdido con tonterías, y entonces comenzó a gritar, y cada vez se hundía más en sus años, en su vida. Gritó y gritó, y cuando hubo llegado la arena al cuello, alguien cogió el reloj, lo giró diciéndole:

-Ya está bien de que huyas, de que corras. Ahora, que el tiempo está en tu contra, ahora que te queda poco, ve y realiza todo lo que quieras hacer, quizás no sepas apreciar la oportunidad que se te avecina, pero confío en ti, y sabrás hacer lo correcto, porque está en ti hacerlo. Ten miedo, y valentía, a la vez…

Nuestro protagonista fue a preguntar quién era pero no le hizo falta. Todo se volvió de nuevo celeste…

…era ella.

Y una lágrima paulatina e insonora cayó, y tras ella muchas más.

Caía arena sobre todos lados, y él cerró fuertemente los ojos, deseando que fuera todo un sueño, no vivir aquella experiencia. Deseo haber sido otra persona, y deseo haberse muerto cuando tuvo la oportunidad de ello. Pero pese aquellos deseos, aquello era tan real como la vida misma, y vencido por el sueño, el miedo, y la tristeza, sin querer queriéndolo, dejó reposar sus pestañas sobre la suave arena.





Intrínsecamente, está relacionado con lo de ayer, pero aun es muy pronto para que atéis cabos. 
Una vez más os dejo unas líneas. Que tengáis un gran día. 
Un gran beso Lala. 

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